El pasado mes de marzo, a sus 55 años, Grigori Lup tuvo que enviar al paro temporal a sus diez trabajadores después de que se interrumpieran bruscamente los encargos.
“De repente, la gente dejó de entrar a mi negocio”, cuenta el zapatero a Efe desde su taller en la ciudad de Cluj.
Los teatros, óperas y grupos de baile populares que constituían el fuerte de la clientela de Lup vieron interrumpida su actividad debido a la prohibición de actos públicos decretada por las autoridades para contener la pandemia.
“Vi que no entraba nadie y me dije, basta, tengo que cerrar”.
Fue entonces cuando tuvo una idea para poder seguir activo durante la crisis.
“Nadie respetaba la distancia social y pensé: voy a hacer tres pares de estos zapatos, los pondré por internet y los llamaré zapatos de distanciamiento social para llamar la atención”, explica Lup, que reconoce que al principio fue todo “una especie de broma”.
Y así empezó a hacer estos zapatos gigantes que garantizan a quien los lleva que nadie se acerque más de lo necesario.